Perdido. (Libre.)

Una suave sonrisa se dibujó en los labios al ver como el muchacho se escondía tras la puerta, pero no quería de ningún modo incomodarle, así que tomó las prendas y le acarició suavemente la mano.

-Volveré en un rato... pero daré dos golpes a la puerta antes de entrar, no quiero asustarte.

Después acudió a la sala de estar y, con algo de esfuerzo pues no estaba nada acostumbrado a hacer eso, encendió el fuego. Cuando éste ya ardía de una forma intensa, quemó primero la camisa y luego el abrigo, tratando de ignorar aquel olor tan desagradable.

Terminada su tarea, regresó al baño y entró, dando antes los dos golpes prometidos en la puerta.

-¿Ya has terminado?

Había pensado que, al entrar en el cuarto de baño, Ikuto estaría ya listo, secándose, pero le encontró jugando con el agua... fuera de la bañera. No necesitó buscar una explicación... las orejas y la cola de gato se lo indicaron todo. Parecía que esa personalidad había salido a flote de nuevo.

Sonrió, divertido, y se acercó al gatito, dejando una caricia en sus orejas.

-Vamos, pequeño, tienes que bañarte...

Le levantó en brazos con facilidad y le introdujo en la bañera, esperando que, como buen gato, no detestase los baños-

Como ya imaginaba, al pequeño gatito no parecía gustarle la idea de meterse en el agua de la bañera. A Jacob le entristecía obligarle, pero tampoco podía dejarle empapado de sangre... seguirían el rastro, llegarían a la casa y probablemente torturarían y matarían al chico. Eso era algo que no pensaba permitir.

Le acarició las orejas con la mano libre y empezó a susurrar palabras tranquilizadoras, aumentando la temperatura del agua y tomando un producto que hacía burbujas, derramándolo en la bañera y esperando que las burbujas distrajesen un poco al gatito.

Suspiró de alivio al ver que el gatito parecía distraído con las burbujas y buscó el jabón, derramándolo sobre una esponja y empezando a lavar el cuerpo del chico. Lo hacía con cuidado e intentando que fuera agradable, aunque con un toque de inexperiencia, ya que nunca había cuidado así de alguien.

-Muy bien, gatito...

Con su misma sonrisa, fue en busca del shampoo, esperando que el muchacho siguiese tranquilo.

Con el shampoo en la mano, empezó a preguntarse si debía lavar también las orejas del gatito o debía evitarlas... en ese caso, ¿cómo haría? Aquello estaba empezando a resultar complicado. Acabó suspirando y enjabonando toda la cabellera, incluyendo las orejas, para después masajear torpemente aquella zona.

-Muy bien, gatito...

Dejó el shampoo un tiempo y siguió lavando el cuerpo del chico.

Se asustó al ver lo que hacía el gatito. No le preocupaba que toda su ropa hubiese quedado empapada por las salpicaduras, pero al ver que se hundía de esa forma en el agua, esperó unos segundos a que emergiese, y después le sujetó suavemente por los hombros y le levantó.

-Tranquilo, pequeño...

Con mucho cuidado, le limpió las orejas de shampoo, depositando luego caricias y besos en ellas, esperando que se calmase.

De nuevo se sintió aliviado al ver que el chico no hacía nuevos intentos de lavarse de aquella forma. Le acarició otra vez la cabeza y se quitó la camisa, porque ésta se hallaba empapada y se le pegaba a la piel, resultando muy incómoda. Además, si el gatito seguía comportándose así, posiblemente pudiese volver a empaparle.

-Muy bien. ¿Quieres más burbujas, gatito?

Derramó algo más de aquel producto, buscando esencias y jabones perfumados, llenando el baño de una mezcla de olores algo empalagosa, pero que borraría, o al menos ocultaría, ya por completo el rastro-

Mientras observaba distraídamente al muchacho jugar con las burbujas, devolvió todos los productos su lugar, para acercarse después a la tina y retirar el tapón. Esperó a que el agua abandonase la bañera y después, sujetando una toalla, envolvió con esta al gatito.

-Vamos, no debes resfriarte.

Le tomó un brazos y le llevó hasta la habitación que parecía del amo, dejándole sobre la cama y preguntándose dónde encontrar ropas para el chico.

Fue testigo de aquella nueva y sorprendente transformación, suponiendo que el chico habría recuperado su personalidad humana. Le acarició la mejilla al verle sonrojado y negó lentamente con la cabeza, tomándolo en brazos y devolviéndolo a la cama, aunque con cuidado de no rozar su piel.

-No vas a moverte de ahí, pequeño. Ha sido una noche y un día largos. Iré a buscar yo tu ropa.

Y, sin darle tiempo a responder, salió de la habitación, buscando el cuarto del chico.

Recorrió todo el piso de la mansión, buscando la habitación de Ikuto, sin éxito. Finalmente decidió entrar en todas y abrr los roperos hasta encontrar ropa que se ajustase al chico, con lo que tuvo más éxito. Eligió un par de cómodas prendas y regresó al lugar donde estaba el joven esclavo, todavía sin buscar nada para él mismo.

-Te he traído esto. Espero que sirva.

Se acercó a la cama y le acarició los cabellos suavemente, dándose luego la vuelta para que pudiese cambiarse sin sentir su mirada sobre él.

Volteó a verle con la misma sonrisa suave, vagamente satisfecho consigo mismo por ser ahora capaz de controlarse y no mirarle con fijeza o falta de decoro.

-Te ves muy lindo...

Tomó asiento en la cama y se frotó el rostro. Llevaba dos días sin dormir una sola hora y estaba empezando a sentirse cansado, pero no debía dormirse, no mientras tuviese que hacer algo por el chico.

-¿Te sientes bien? ¿Te importa que mire tus heridas?

Le sonrió de nuevo, esperando tranquilizarle.

Asintió lentamente y, tomándole en brazos, le tendió sobre la cama, acariciando su mejilla suavemente, con una ligera sonrisa.

-No te haré daño ni te tocaré... como antes. Sólo quiero saber cómo estás.

Le examinó el cuello, el pecho y las muñecas, comprendiendo que aquellas heridas mejoraban poco a poco. No se atrevió a examinar otros lugares más íntimos, aunque sentía que debía hacerlo, pues antes lo había desgarrado al hacerlo suyo tan violentamente... pero no quería asustarle.

Le agradó ver que se sentía tranquilo, pues no debía ser fácil para el chico que él le tocase después de lo sucedido. La idea de que no le temiese era alentadora.

-Sí, pequeño. ¿Me dejarías mirar... ahí abajo?

Le sonrió, con tranquilidad, esperando que confiase en él, pues no pensaba hacerle ningún daño. Sonriendo aún, le acarició suavemente la mejilla-