En busca de algo nuevo

Pasaba por el mercado de esclavos. Todo era desagradable, sucio y ruidoso. Los mercaderes vendían aquí y allá toda su mercancía a gritos, mientras varios se amontonaban a comprarla. Realmente aún no había encontrado nada que le llamara la atención, pero se había dado a la tarea de ir hasta el mercado para encontrar algo que fuera de su agrado. Sus gustos exigentes no le estaban ayudando mucho. Lo más provable era que no encontrara nada. Suspiró, decpcionado, pensando si debía irse o seguir buscando.

Mar no se atrevía a abrir los ojos. Todo era desagradable, sucio y ruidoso. Había perdido la cuenta de los días que llevaba allí y de las veces que se había prometido que todo aquello era un sueño. Gimió de dolor, su jefe le había azotado por mantener sus ojos cerrados, espantaba a la clientela. Pero no quería ver lo que había a su alrededor, sus piernas le temblaban.

Estaba sujeto con una argolla por el cuello para que no escapara, hacía tiempo que las ganas de llorar se habían esfumado. Soñaba con un baño que parecía no querer nunca llegar, escuchaba los pasos de la gente al pasar cerca de él. Bajó la cabeza, sentía los esclavos como él a su lado. El vendedor, hacía de las suyas anunciándolos en voz alta como un mercado cualquiera.

Seguía caminando pausada y cansinamente. No, definitivamente no encontraría a nadie. Al darse la vuelta, observó al vendedor que anunciaba los esclavos, y, entre los últimos, un chico albino, cuyos impresionantes ojos azules. se escondían tras sus parpados cuando el vendedor no le miraba. Aún se encontraban subastando a otro esclavo cuandoél levantó la mano señalando al albino.

- ¿Cuanto quieres por ese? - Dijo, señalandole.

Todos los presentes se apartaron al escuchar su voz, dirigiendo sus miradas al vendedor.

Se hizo el silencio a su alrededor, aunque los puestos contiguos siguieran su curso normal. El vendedor había callado, podía oír los murmullos que se generaban entre los posibles compradores ante la voz que había sonado a lo lejos. Abrió los ojos lentamente, la multitud los volvió a herir pero ya no le importaba. Una mano se extendía señalándole a él.

El vendedor titubeó un instante. ¿Tan extraño era que alguien le quisiera adquirir? Pero a Mar eso ya no le importaba. Clavó sus azules en los violáceos del ajeno, de rodillas sobre la superficie elevada, no podía apartar la mirada de aquel hombre.

Escuchó al vendedor decir una cantidad, y Mar bajó la cabeza, ladeándola un poco. Perdiendo el contacto visual. Aquel que le vendía le había agarrado de la cadena para demostrar que no se rebelaría. No lo hizo. Se llevó aquel tono de violeta a la oscuridad de nuevo.

Sintió como los ojos azules, con cierto temor, se posaban en los suyos, violáceos. Le sostuvo la mirada, sin olvidar escuchar lo que el vendedor le decía, hasta que el otro volvió a cerrar sus orbes, volviendo a prestarle atención al vendedor, quien le jalaba la cadena del cuello para demostrarle que tan docil era.

- Perefecto... Justo lo que necesitaba... - Dijo, sonriendo con malicia.

Los presentes seguían antentos la conversación mientras él se acercaba lentamente, con paso elegante y cauto al vendedor. Sacó de entre sus ropas, la suma pedida por el otro pero no la entregó, sino que le dijo.

- Primero quiero asegurarme de que este sano... Luego te daré tu paga... - Advirtió en tono calmado, dandole a entender que quería que lo soltaran para inspeccionarlo.

Escuchó los pasos acercándose a su figura. Sintió de pronto el nerviosismo del vendedor al ver el dinero fresco tan a su alcance, olió su aliento más tarde cuando le susurró en el oído que más le valía comportarse o acabaría mal. Pero, ¿cómo creía el hombre que podría huir en las condiciones que estaba? Le soltaron primero las manos, abrió sus ojos y los clavó en sus muñecas. Dolían... La argolla del cuerpo la quitó después, pero ya no le importaba.

Escuchó al vendedor preguntar si quería que le quitara las ropas para poder observarlo mejor. La subasta continuaba, pero sentía la mirada del público sobre él. Su mirada estaba clavada abajo, ya no volvería a mirar al hombre que le iba a comprar a la cara. Sus piernas temblaron por haber estado tanto tiempo de rodillas. Volvió a cerrar los ojos y tratar de no pensar en nada.

Lo inspeccionó cuando el vendedor le libró de las cadenas. Se le notaba temoroso, pero, al parecer era bastante pacífico. Le rodeó, estudiandole con la mirada. Lucía algo delicado. Pero al menos no era ruidoso y molesto como otros que había tenido. Justo lo que buscaba.

- Así esta bien... - Dijo, haciendole una seña al vendedor con la mano que se detuviera cuando vió que se acercaba demasiado al otro - Lo quiero en este mismo instante...

Blandió el fajo de billetes frente al rostro del vendedor, mientras esperaba que acomodaran al chico para entregarselo. Se preguntó, fastidiado, si acaso no habría que firmar nada.

Estaba cansado, demasiado agotado como para decir nada. No había nada que contradecir, al fin y al cabo, su cuerpo estaba debilitado por el trato que recibía en el mercado, su futuro se veía cortado de ambas maneras. Cerró los ojos una última vez para saber si realmente todo aquello era otro sueño más. Por favor...

Levantó su mirada, al recapacitar al final lo dicho por el hombre. ¿Le compraba? Desvió su mirada al pecho del mismo. ¿Pertenecía a alguien? Apretó los puños en la medida que le fue posible, que alguien le explicara de qué iba todo aquello, por favor...

El vendedor cogió el dinero sin pensárselo, le entregó unos papeles que parecían una licencia hecha a todo correr y desapareció de su mente cualquier recuerdo de Mar que no fuera el fajo de billetes. Éste se masajeaba las muñecas, todavía dolían. Mantuvo su mirada en el suelo.

Sintió como el fajo de billetes le era fácilmente arrebatado de las manos, pero no le dió importancia... Por esa vez... Se volteó a mirar la chico. Tenía expresion confundida. Habló lo suficientemente alto como para que le escuchara, pero sereno para que no fuera a asustarse.

- Sigueme... - Le ordenó.

Salieron del abarrotado lugar, lleno de compradores incautos e insulsos. Caminaron hasta las afueras del mercado de esclavos, donde el escandalo era un poco más soportable, porque aquel lugar empezaba a producirle dolor de cabeza. Observando al chico, aún cabizbajo, se dirigió a él.

- ¿Como te llamas? - Preguntó.

Siguió al hombre, la voz de éste le incitaba a hacerlo. Además, tan sólo deseaba salir de aquel ruidoso y sucio lugar, desaparecer para siempre del bullicio insoportable que no se cansaba de martillear sus oídos desde todo el tiempo que llevaban ahí. El cambio fue novedoso para sus oídos, para sus pies, y para sus muñecas al no sentirse atadas. Escuchó la pregunta y su cuello quiso hacer que le mirara a los ojos, pero paró.

- Mar... - De tanto uso que hacían por el nombre acortado, ya ni recordaba su nombre. Quiso sonreír pero le faltaron las fuerzas. - Martin.

Su voz salío un poco quebrada, hacía tiempo que no hablaba más que para gritar que cesara lo que le hacían, y su garganta le escocía un poco.

Escuchó el nombre del otro. Nada original, pero si elegante. Al ver que no levantaba el rostro, se detuvo, acercandose a el y levantandole del mentón para observar las orbes de color azul intenso.

- Martin - Pronunció suavemente, mientras su mano se alzaba, tocando el cuello del otro - Yo soy tu nuevo amo, mi nombre es Milo.

Mientras iba diciendo esto, paseaba sus dedos por toda la extensión de piel pálida. De noche pudiera confundirse con un vampiro, de no ser por ese olor tan característico de los humanos. Su expresión se mantenía serena para no asustar al muchacho.

- No te trataré mal, siempre y cuando te comportes como es debido... - Explicó, lentamente, para que el otro pudiera comprenderlo - No soy cruel, bueno, a menos que se me provoque - Al decir esto, sonrio malicioso - Así que puedes estar tranquilo.

Su nombre en labios ajenos, sus pupilas clavadas en las propias y sus dedos en contacto con la piel de su cuello, hizo que se estremeciera por completo. Desvió la mirada en el límite que fue capaz. No estaba acostumbrado a que un hombre le tocara mirándole de aquella manera, y menos al saber que sería su esclavo. Le habían hecho temer la furia de los ajenos en aquel lugar, no quería volver a sentirla.

Amo... Aquella palabra todavía se le hacía demasiado irreal.

- Es-está bien. - pronunció, sintiendo su voz recuperada tras el carraspeo inicial. Clavó su mirada en los ojos ajenos, todavía no acababa de entender todo aquello. - ¿Qué debo hacer para no enfurecerle?

- Solo comportarte... Mantenerte tranquilo... Y obedecer... Por sobre todo eso...

No le quitaba la mirada de encima y, al ver que desviaba la mirada, sonrio. Siguió pasando sus dedos por el cuello del otro, palpando su yugular. Podía sentir la sangre corriendo a través de ella, imaginandose que tal sabria. Pero no, no le había comprado para eso.

- Estoy seguro de que no te será muy dificil hacerlo... - Entonces fué que notó algo importante; por el cuerpo no se olía la adrenalina, no tenía miedo - ¿No tienes miedo? - Preguntó, inocentemente, sin mostrarle aún sus colmillos.

No, no sería muy difícil para él comportarse y obedecer. No podía mirarle a la cara, no cuando acariciaba su cuello. Sentía los fríos dedos sobre su calidez, y aquello le ponía los pelos de punta. ¿Su expresión? No ansiaba verla o acabaría perdiendo la cordura.

- ¿Miedo...? - repitió, suavemente.

Por supuesto que lo tenía, pero no hacia su persona. Tenía miedo porque no sabía qué iba a pasar con él, no sabía dónde estaba, ni siquiera qué había pasado para acabar ahí. Ansiaba tanto estar de regreso, que las evidencias de que todo no era un sueño se le hacían demasiado horribles. ¡Temía! Tanto como para echarse a llorar por ello.

- Yo... - pero no podía admitirlo, ¿no?

Lo notó reticente para hablar. ¿Acaso su olfato le estaría engañando? No, no era posible. Debía ser otra cosa. Se separó del cuerpo del otro con delicadeza. Estaba tentado. Aquella yugular se notaba tan abundante, y su poseedor se veía tan sumiso. ¿Le importaría dejarle beber un poco? Seguro se asustaría más.

- No tienes que mentir - Le dijo - Si tienes algo que decir, puedes hacerlo.

Se mantuvo a una distancia apropiada del cuerpo del albino, sintiendo como su olor todavía le llamaba y le tentaba. La luna estaba en su cenit, iluminando el mercado como de costumbre, sin embargo, no le prestó mayor importancia, excepto por los vampiros que, ávidos, rondaban el lugar en busca de presas. No la suya, por supuesto, si querian conservar la vida.

La luz de la luna hacía brillar la piel de marfil del vampiro con asombrosa perfección. Sus ojos recorrieron su piel de la cara, hasta posarse de nuevo en los violetas del hombre, un poco sorprendidos de no encontrarlos carmín como todas las novelas aseguraban afirmar. Bajó su vista hacia sus labios, y de golpe su corazón se aceleró un poquito. El miedo se impuso de golpe.

- Estoy aterrado... - comenzó como autómata. - ... porque no sé qué va a ser de mí. - finalizó en un susurro.

La luna le jugaba malas pasadas, los ojos ajenos a ellos dos le ponían nervioso, sentir su presencia y no sentirla, todavía más. Aferró con sus dedos las mangas de su chaqueta, el miedo a todo parecía incrementarse. A lo que los demás pudieran hacerle. Pero sobre todo, a lo que su amo esperaba obtener de él al tocarle de aquella manera su cuello.

- ¿Vas a matarme? - susurró, su vista clavada en el suelo.

- ¿Matarte? - Al escuchar aquello, sonrió con ironía. Sabía que estaba aterrado, pero no creía que tanto. Se abstuvo de acercarse - Si hubiera querido matarte, no hubiera pagado tanto por tu cabeza - Comentó.

Escuchó pasos alrededor que se acercaban, lentos, cautelosos, oliendo aquel delicioso aroma que emanaba la piel del albino. Emitió un gruñido sordo paraque los que se acercaran pudieran escucharlo, remarcando su propiedad. Estso comenzaron a limitarse, pero no se alejaron. Volvió a ver al otro.

- Tengo otros planes para tí... - Explicó - Me haras compañía cuando me aburra y administras mis negocios mientras duermo... Vas a ser mi asistente... ¿Eso te conforta? - Le preguntó, sin perder de vista sus alrededores.

Cerró los ojos intentando calmarse. La negativa del vampiro ante su pregunta sobre matarle debería tranquilizarle al menos un poquito. ¿Por qué no lo hacía? ¿Se debía a las sombras que le seguían con ojos deseosos? ¿O al hecho de que no confiaba todavía en alguien que le había adquirido con un fajo de billetes?

- ¿Pide mi opinión sobre eso? - levantó su mirada y le miró, extrañado. ¿Le había comprado y le preguntaba si su supuesto trabajo le confortaría? Desvió su mirada. - Sí, está bien...

Administrar, no sabía ni por dónde se empezaba, pero aprendería. Por lo menos no le utilizaría para otra clase de trabajos por el momento. Temblaron sus manos, las tenía de repente frías. Los cercanos le daban miedo.

Observó sus alrededores con un vistazo rápido. Aquel olor les atraia demasiado. Quizas sería la tua cantante, pero no se quedaría para averiguarlo. Tomó al chico de las muñecas, empezando a caminar lejos de donde se encontraba, emitiendo un gruñido bajo para mantener a raya al resto de los vampiros. No le gustaba que tocaran lo que era suyo.

- Bien, me alegra que te guste porq, realmente, no tenias muchas opciones... - Comentó, mientras caminaban.

Su carruaje se acercaba, raudo, por la pavimentada calle que estaba a las afueras del mercado. Justo a tiempo, como siempre. Fue en ese momento que se percató de las manos frías del albino. ¿Se desmayaría? Esperaba que no, porq entonces si estarían perdidos. su velocidad no desentonaba entre las de los otros, después de todo, no le gustaban la prisas, aunque si el chico caminara más rápido en vez de traerlo casi a rastras, le ayudaría más. Soltó otro gruido sordo e imperceptible.

No quería verles, pero si cerraba los ojos se exponía a una buena caída tras tropezar. El agarre de la muñeca era fuerte y le hacía temblar ante la fuerza sobrenatural, le guiaba y Mar se dedicaba a dar las zancadas más grandes que pudiera, a pesar de que las piernas le temblaran. La oscuridad, no era amiga para los ojos de un mortal.

No tenía otra opción, finalmente.

- Mil-... señor.

No sabía cómo decirle que tenía miedo ante lo que podría pasarle. Sabía que le protegería, pero su vida era demasiado frágil en comparación con aquellos seres tan poderosos. Quiso andar más rápido para ponerse al nivel del otro pero no podía. ¡Tenía miedo! Y era comprensible debido a esa situación extraña para él.

Notó las manos del otro. Las cuales cada vez se hacían más frias. Seguro se desmayaría. Y si lo hacian, bueno, aquello se iba a poner feo. El carruaje se detuvo unos pasos mas frente a ellos. Llegaron rápidamente junto a él.

- Sube, ahora... - Le ordenó al chico, en tono seco y frio.

Los criados empujaron al chico rápidamente dentro del carruaje, mientras que el observaba en derededor. Al parecer los otros estaban dispuestos a seguirle. Sonrió malicioso, exhibiendo sus enormes colmillos, como retandoles a acercarse mientras el carruaje se ponía en marcha. En la lejanía se escuchó un ruido, y sus sutiles oidos escucharon algo que se razgaba. Acto seguido, un fuerte olor a sangre inundaba el aire. Seguramente otra pelea en el mercado. Los otros se distrajeron, dirigiendo su atencion hacia la provisional fuente de hálito vital, dandole tiempo al otro de alcanzar el carruaje el cual, no se había alejado demasiado. Abrió la puertecilla, con este en movimiento, sentandose en el interior como si nada.

- Estos vagabundos pueden llegar a ser una molestia... - Comentó, como hablando consigo mismo, sacudiendo concienzudamente las solapas de su traje.

Veía el carruaje como una meta imposible alcanzar en su estado. Pero por suerte, le ayudaron a entrar en él, sus manos no consiguieron aferrarse a nada hasta que calló en uno de los asientos. Se permitió respirar lentamente en la soledad. Alzó la cabeza, ¿dónde se había metido... su amo? Se obligó a sí mismo a sentarse en el asiento, llevó la mano a su entrecejo y suspiró, acabaría doliéndole la cabeza.

Su cuerpo temblaba, no quería pensar en lo que estaba ocurriendo ahí fuera. Le asustó escuchar la puerta, era su amo. Suspiró suavemente, acabaría por volverse loco.

Echó su torso hacia delante en la calidez del carruaje. Se abrazó las piernas temblorosas, cerró los ojos con fuerza. No sabía qué estaba pasando ni qué pasaría con él, ¿acaso aquellos mendigos le matarían si tuvieran la oportunidad de hacerlo? No quería morir.

- Señor... - susurró. - Tengo miedo, señor... - su voz hablaba por él.

- Tranquilizate martín... - Pronunció el otro, como restandole importancia al miedo absurdo del albino - No te pasará nada mientras estes conmigo...

Terminó con las solapas de su traje, levantando entonces la mirada para encontrarse con el ojiazul, quien abrazaba sus rodillas, cerrando sus ojos fuertemente. Al parecer si tenía mucho miedo. ¿Y por qué no? Se encontraba ahora en otro mundo que, seguramente, ni entendía. En su posición, el tambien lo tendría.

- Pronto llegaremos... - le anunciuó, despreocupado.

Las ruedas sonaban casi imperceptiblemente sobre el empedrado de las calles que daban a los sectores más altos de aquella extraña isla.

La promesa de que pronto llegarían era lo único que necesitaba para procurar relajarse un poco. La voz de su amo -todavía aludiendo a lo increíble del término- parecía tranquila, despreocupada. Como si no hubiera nada por lo que temer, pero Mar no sabía cómo enfocarlo. ¿Acaso realmente no había nada que temer o se refería al hecho de que si lo perdía a él no habría gran diferencia? Suspiró, no debía pensar así o no dejaría de temblar.

Se concentró en el baño que quería darse, aunque no supiera si lo iba a recibir o no. Se incorporó, a su amo no le servía nadie así, y temía que descubriera que no era tanto.

Miró por la ventanilla del carruaje. El paisaje se le hacía visiblemente extraño para él, no identificaba absolutamente nada. Un país completamente ajeno lo había capturado. Tragó lentamente.

- ¿Dó-dónde estamos? - miró a su amo. - ¿Qué es todo esto?

Las casas se sucedian alrededor, imponentes y enormes como palacios. Volteó a mirarlo en cuanto escuchó al otro.

- ¿Que es esto? Para ustedes podría llamarse la Isal del Infierno - Comentó - Pero no significa que esten muertos sino que... han quedado desplazados por... otras especies...

Sonrió, exhibiendo sus brillantes y enormes colmilllos. No con intenciones de asustar al otro, sino, sencillamente para poder advertirle sobre aquel lugar. Después de todo, sería su asistente.

- ¿Te basta con esa explicación? - preguntó