¿En... venta? [Libre~!!]

Gritos, murmullos, lloriqueos, anuncios... Barullo... voces molestas que resonaban en su mente, el sonido de muchas personas caminando cerca... Sentía que estaba sentado sobre algo frío y duro, se sabía observado, sucio, su ropa estaba destrozada a penas notándose que era -o había sido- una camisa blanca y un pantalón de vestir rotos, solo su cabello parecía más o menos decente y limpio. Su mirada celeste inspeccionaba a todos los seres cercanos, dubitativos, con expresión de "¿Dónde estoy?" que casi todos los enjaulados poseían.

El mareo era verdaderamente molesto, sentía como si hacía poco lo hubieran drogado, lo cual era muy posible, pues de camino allí en el barco había intentado revelarse. Entreabrió los ojos, observando a su alrededor y notando que estaba encerrado entre barrotes, la cantidad de personas que caminaban frente a la jaula y lo observaban, y a un hombre de apariencia despreciable gritando muy fuerte algo que suponía eran precios, lo aturdía.
~¡¡VENGAN AQUÍ, SEÑORES Y SEÑORITAS, LA MERCANCÍA MÁS NUEVA, UN MUCHACHO RECIÉN LLEGADO. CON PIEL TERSA Y EN PERFECTAS CONDICIONES, DE LA SANGRE MÁS DELICIOSA Y A UN PRECIO EXTREMADAMENTE BARATO, VENGAN TODOS POR AQUÍ!!
Anunciaba ese asqueroso... vampiro. Podía ver sus colmillos y, si bien no creía completamente que aquellas bestiales criaturas existieran, lo estaba comprobando con sus propios ojos.

Estaba triste, asustado, y en extremo angustiado, pero no recordaba nada. Un par de vagas lágrimas se deslizaron por sus mejillas, y se abrazó las rodillas escondiendo la cabeza entre éstas.

Said paseaba por el mercado, como era habitual para él. A pesar de ser humano, se movía perfectamente entre los vampiros y su número de contactos era increíble. Solía hacer negocios allí muchas veces.

Normalmente compraba exclavos para así poder servir tambien sangre en la licorería, sangre de buena calidad y no empaquetada. Pero claro que... tambien disfrutaba con los exclavos muchas veces.

Medio sonrió y se puso a observar las posibles "compras" cuando se encontro con un vampiro conocido con el que solía hacer tratos a menudo. Las mercancías que tenía eran increíbles y con buen precio.

Se fijó entonces en un chico rubio que yacía en una jaula medio adormilado.

- ¿Cuanto pides por ese? - Dijo mirándolo entretenido, pensandose ya unas cuantas cosas. El crío era guapo.

- Ése es fresco y tiene buena salud.- Respondió el hombnre.

Said le soltó una bolsa con dinero, sin preocuparse demasiado.

- Me lo llevo ya.- Murmuró acuclillándose ante la jaula.

- Claro, siempre es un placer hacer tratos contigo.

Las cálidas y cristalinas lágrimas se deslizaban danzarinas por su rostro, en simplemente dos caminos húmedos, uno para cada orbe. Éstas se estrellaban contra el suelo de la helada jaula, quedándose allí sin poder marcharse. Él se sentía así, tenía miedo de tener que permanecer encerrado de esa manera sin posibilidades de escapar.

Aún no entendía nada de lo que ocurría a su al rededor. Alzó un poco la mirada, limpiándose la humedad en las mejillas con el dorso de una mano, y observó dubitativo al pelirrojo que hablaba con su aparente vendedor. No estaba seguro de cómo funcionaban las cosas allí, pero suponía que esa bolsa de dinero tenía algo que ver con él y esa jaula.

Lo vió luego acercarse, ladeando un poco la cabeza, desentendido. Al ver aquella mirada tan... extraña y escalofriante, se hizo un poco hacia atrás, arrinconándose en la jaula lo más lejano posible de aquel sujeto, que extrañamente, no parecía ser un vampiro.

El vampiro abrió la jaula y Said, con bastante poca delicadeza, tomó al chico del brazo y lo arrastró fuera.

- No deberías drogarlos tanto, tardan demasiado en estar espabilados y mis clientes se quejan del sabor de la sangre.- Murmuró Said chasqueando la lengua.- Anda, levántate.

Le agarró del brazo con firmeza y lo hizo ponerse en pie, para observarlo bien.

- Sí, por hoy me llevo a este.- Dijo con una sonrisa juguetona en los labios. Ese le había gustado a él.

- ¿Cómo te llamas? - Le preguntó al chico con voz amable, pero aún agarrandole con fuerza.

Hizo una mueca de dolor al ser tomado de esa manera tan brusca, aún más asustado. Después de todo el era un chico bastante inocente y temeroso, y al recibir tratos como aquel, tardaba en reaccionar debido a que se dedicaba a pensar en el miedo que tenía.
Escuchó que le preguntaba el nombre, y con un gesto de molestia se hizo hacia atrás moviendo bruscamente el brazo para que el contrario lo soltara.

-Shinobu, Takatsuki Shinobu.
Le respondió en un extremadamente falso tono firme y molesto, frunciendo el ceño, pero aún sonrojado.
-¡¿Dónde rayos estoy?!

Un escalofrío recorrió su cuerpo entero, a la vez que lo miraba con curiosidad y en parte desagrado. Bueno, al menos esa persona le daba la oportunidad como para no ser tratado tan mal, aunque eso no quería decir que le agradara. Después de todo, ¡¿Cómo podría agradarle alguien que lo había comprado?!

Le disgustaba la idea de que ese hombre lo llamara como "Shin" a secas, pero no creía que aquel fuera el momento como para quejarse por eso.
-Esclavos... -Murmuró inaudible, bajando un tanto la mirada- ...Yo no soy un esclavo... ¡Regresaré a mi casa, ¿Escuchas?! Regresaré, no me importa el costo.
Nuevamente dió un paso hacia atrás. Ya lo había decidido, aquella era su respuesta.

No pudo evitar ser atado, mas su indignación le llegaba hasta las orejas. Gritaba cosas como "¡¿Cómo se atreven?!" o "¡¡Llamaré a la policía!!" mientras se movía histérico como pez fuera del agua, intentando evitar que lo ataran. Sin embargo, no tuvo éxito.
Miró furibundo al chico de hebras rojizas, frunciendo el ceño y siguiéndolo a pasos cortos y tropezándose a cada rato debido a la cercanía con el otro.

-¡¿Porqué haces esto?! ¡Eres un humano, deberías apoyar a los de tu raza! Maldito traicionero..

Dió un tropezón más y cayó de rodillas al suelo, sintiendo como la fricción con la soga abría pequeños raspones. Pero estaba tan molesto que podía ignorar un dolor tan mínimo como aquel.
-...¿Porqué?...
Susurró para si mismo apenas con un hilo de voz. Alzó entonces la cabeza, observando aún al hombre con el ceño fruncido y los ojos cristalizados en lágrimas.
-Saldré de aqui... ya lo verás.

Nuevas gotas cálidas emergieron de sus ojos, a la vez que sollozaba por lo bajo. Ser tratado tan bruscamente lo volvía loco, llenándose de odio y tristeza, una muy mala convinación. Y más lo alteraba el hecho de no poder hacer absolutamente nada. Nuevamente se levantó, cogeando, pues al caer se había golpeado bastante fuerte una rodilla.

-No soy bueno en nada, no te serviré... asi que suéltame..
Le pidió con tono susurrante y dolido, manteniendo la mirada baja y viendo como aquellas lágrimas se esparcían por el suelo.

Empalideció completamente al oír aquello respecto a la sangre. ¡Tan solo pensarlo lo mareaba y hacía sentir horrible! Sin duda, esa isla era pésima para los de su raza. Y para colmo apenas si sabía en dónde estaba.
Sin embargo, lo miró dubitativo al oir lo último, aunque de igual manera terriblemente asustado, tanto que las manos le temblaban. No le gustaba sentirlo tan cerca, pues a pesar de no tener apariencia repulsiva, el sujeto le desagradaba igualmente.
-¿Q-Qué me harás?
Preguntó en un suave y débil susurrar.

Al sentir la mano "allí" dió un paso muy pequeño hacia adelante, estremeciendose completamente. Nadie jamás lo había toqueteado, mucho menos había tenido novia, por lo que en ese sentido era demasiado inocente. Continuó sollozando mudo, con una expresión de desesperación.
-Yo no... Yo no soy ningún juguete..
Insistió con la voz quebrada, completamente erizado.

Entre suspiros y sollozos volvió a mirarlo con molestia, manteniendo su inconscientemente tierna expresión de enojo y aún con aquel carmesí adornando sus humedecidas mejillas.
-¿Qué crees tú? No se cuánto tiempo me tuvieron en ese asqueroso barco sin comer.
Se quejó entrecerrando los ojos y mirando hacia otro lado, evitando la mirada del otro.
-No puedo creer que seas de esa manera con alguien de tu propia especie.
Refunfuñó atónito.

Said se encogió de hombros sin hacerle mucho caso y tiró un poco más de la cuerda. El chico andaba muy lento.

Estaba de muy buen humor, al fin había encontrado con que entretenerse.

Se puso a canturrear, aún acariciando el muslo del menor, en dirección a su casa.