Aquel atardecer había salido a dar un paseo, un sencillo paseo por la zona cercana al mercado. Su adorado ángel se había quedado en casa, pues Narcys se sentía lo bastante seguro como para poder caminar solo. Sin embargo, unos hombres que de nada conocía le habían cortado el paso. El joven había intentado utilizar sus recién adquiridos colmillos vampíricos, pero su debilidad era la de un humano.
Despertó horas después, en una de las frías celdas de los calabozos. Ésta era húmeda y en ella flotaba un aire tan frío que Narcys creía que acabaría helándose. Ocupó unos minutos en gritar pidiendo ayuda, pero uno de los guardias le golpeó, casi rompiéndole el labio, por lo que se encogió en una de las esquinas de esa celda, al borde del llanto.