Ya había asumido la desaparición de su segundo amo, y desde hacía días vagaba solo, sin algún destino fijo. Se las arreglaba para comer una que otra cosa que encontraba por ahí, y de alguna manera, siempre se mantenía pulcro y lo suficientemente enérgico como para continuar con sus arduas expediciones por los lugares de la isla que desconocía.
El pequeño neko, dubitativo se había metido por herror en uno de esos lugares, y fué entonces cuando uno de los guardias lo vió caminando tranquilamente por allí.
-¡Oye, tú! ¡Detente ahí!
Exclamó el hombre fornido, corriendo hacia el minino. Por su parte, ante la llamada de atención, solo se quedó parado, observando como aquella persona se le acercaba alterada.
-¿Qué?... -Solo se limitó a cuestionar en voz baja, con una inocencia rebosante en su mirada, inclinando las orejas hacia atrás. Notó pronto como bruscamente el guardia lo tomó por la ropa, y sin más, abrió una celda despachando al felino dentro. ¿Una celda?... No estaba asultado, es más, se maravillaba al estar en aquel lugar tan pequeño y, de alguna manera, acogedor para él. No se daba cuenta aún de su situación, y tan solo se sentó en el suelo mirando hacia afuera, cual gato incrédulo enjaulado.