Ángel de saldo (Privado Balthazar)

Se movió lentamente, tratando de encontrar una postura un poco más cómoda en la diminuta jaula en la que se encontraba, temblando de miedo, y también de dolor por las heridas que tenia en su cuerpo. Había tenido un duro viaje en barco hasta llegar a la isla, y en el proceso no había podido evitar llevarse algún que otro golpe contra las paredes y el suelo de la nave, produciendole hematomas y pequeños cortes, e incluso la perdida de algunas plumas de sus alas.

Apoyó la cabeza contra los fríos barrotes tratando de buscar un poco de alivio para el fuerte dolor de cabeza que tenia, producto de una mezcla de los fuertes sonidos y olores que había en el lugar, y de la fiebre. El día anterior se había despertado con ella y con ella seguía. Al vendedor no parecía importarle en absoluto su deplorable estado, el único interés que parecía tener era venderle cuanto antes.

Al principió se habían acercado numerosos interesados, quizás atraídos por el olor dulce y puro de su sangre ángel, pero enseguida habían ido rechazandole con frases como ''demasiado frágil, se moriría enseguida'' o ''bah, no me serviría ni de aperitivo, y encima esta enfermo'' que habían hecho que su precio fuera bajando poco a poco, y desesperando al mercader, que le había jurado que si no conseguía venderle se divertiría arrancándole sus alas, pluma por pluma, y después... ya vería.

Escuchó a alguien hablar nuevamente con el vendedor y levantó su cabeza dirigiendo sus asustados y ciegos ojos hacia la voz. ¿Que sucedería esta vez? ¿le comprarían? ¿volverían a rechazarle? ¿perdería sus alas de la forma tan terrible que le habían prometido?

‘’Asqueroso. Inmundo. Una auténtica pocilga. No me toques, no te roces conmigo perra. Apartaos todos de mi camino. No escupas en el sitio que voy a pisar. Me desharé de estos zapatos tan pronto vuelva a casa, están sucios, infectados. Ellos, esas cosas que se mueven a mí alrededor los han contaminado con su simple presencia. NO ME MIRES. Me irritas. Te mataría ahora mismo, te destriparía sucio y asqueroso cerdo, te haría chillar, y luego te arrancaría la lengua con unas tenazas. NO RESPIRES CERCA DE MI.

Joder. Mierda. Hijos de perra….’’

Había enterrado a su último esclavo el día anterior. Había elegido hacerlo de noche, casi de madrugada, al amparo de la oscuridad. Excavo la fosa con ayuda de una pala, y enterró al chico junto a los rosales que se veían desde la ventana de su salón. Los últimos meses los había pasado sentado junto a esa misma ventana, mirando esos rosales. Suponía que debían de gustarle aquellas rosas, aunque no podía asegurarlo, hacia dos meses que su esclavo ya no reaccionaba a los estímulos externos. Tampoco hablaba, tuvo que cortarle la lengua; sus gritos le ponían enfermo. Los últimos años había tenido muchos esclavos, el pasado año fueron tres, cada uno duro una buena temporada, sobretodo el rubio del pelo largo que llego antes del invierno. Coincidió con una de sus épocas mas tranquilas. En primavera incinero su cuerpo; ya no servía, se había roto. Se rompían; todos. Los juguetes nunca le habían durado mucho tiempo. Ahora buscaba uno nuevo. Por eso estaba en aquella pocilga llena de ‘’cosas’’ que se movían, caminaban, hablaban y respiraban junto a el. Era asqueroso, apestaban, estaban sucios, no podía soportarlos. Sobretodo si se trataba de una hembra. Esas perras le irritaban hasta lo impensable.

Se encendió un cigarrillo con ayuda de su mechero y hecho una ojeada a su alrededor. Bazofia, en aquel estercolero no iba a encontrar nada. Camino unos pasos hacia la derecha, se detuvo en varias ocasiones, pero ninguno de los esclavos lograba llamar su atención. Ninguno alcanzaba el canon esperado y exigido. Balthazar siempre buscaba lo más puro, lo más sencillo y simple, y por eso justamente lo consideraba lo más bello. Estaba a punto de desistir y marcharse a otra parte cuando una ‘’cosa’’ se aparto de su camino y dejo a la vista aquella pequeña jaula.

Dentro había un pajarito. Bello, muy bello. Blanco como la nieve virgen. Por fin encontraba algo interesante. Se acerco al vendedor.

-¿Cuánto? – pregunto fulminándole con la mirada, escupiendo las palabras a través de su voz rota y ronca, más acostumbrada al silencio que a las palabras.

El hombre farfullo algo sobre ‘’precio de saldo’’, ‘’tarado’’ y ‘’nadie lo quiere’’. Dijo que si no vendía al gorrión, iba a arrancarle las plumas. Imbécil. El pájaro no estaba tarado; era bello, perfecto según los cánones de belleza del vampiro. Se inclino frente a la jaula, arrugando la nariz debido al estado asqueroso de la misma, cuando para otros estaba moderadamente limpia, y extendió la mano entre los barrotes, acariciando el rostro del gorrión con un dedo, desde donde se unía el lóbulo al resto del rostro, hasta el mentón. Piel de porcelana; perfecta, sin una sola macula. Había sentido como temblaba asustado bajo su toque. Olía su miedo, su desazón, y su tristeza. Que fuera ciego le facilitaba las cosas, así aprendería antes a depender totalmente de el, y no tendría porque coserle los parpados o quemarle la pupila. No quería tener que estropear esos bellos y opacos ojos.

Estaba decidido. Iba a comprarlo. Ya tenía un esclavo nuevo; un pequeño gorrión, blanco y ciego. Una beldad a la que arrancar las plumas, y cortar las alas.

Un nuevo olor se hizo presente en la jaula, indiscutiblemente masculino, mezclado con un ligero y casi imperceptible aroma a tierra y rosas. ¿Habría estado cuidando del jardín? no... no era eso, aun más sutil podía percibir la esencia de la sangre y la muerte. No le era difícil imaginar como podían mezclarse esos olores, menos teniendo en cuenta el lugar en el que se encontraba. Había tenido tiempo más que suficiente en el barco para escuchar historias sobre la isla, y lo que les sucedía a los que como él, tenían la desgracia de ser vendidos en el mercado.

Un dedo, fresco en comparación de su propia piel, fuerte, impregnado del olor que había percibido se deslizó por su piel, haciéndole estremecer. Miedo y esperanza se mezclaron por igual en su mente. Saldría de la jaula, se alejaría de aquel que pretendía hacerle daño para desahogar sus frustraciones, pero a la vez quedaba en las manos de un desconocido que podía resultar un futuro aun peor.

Un chirrido le indicó que la puerta de la jaula era abierta, y dedujo que el tirón de la correa que le arrastró unos centímetros era la indicación de que debía salir de ella. Se levantó sintiendo adoloridos y entumecidos sus músculos de permanecer tantas horas encogido, tambaleándose ligeramente mareado debido a la fiebre. Sujetó con fuerza el borde de su camiseta, con la cabeza gacha, nervioso y desorientado, sin saber que hacer, como comportarse, ni que debía esperar de su ahora amo. Solo se quedo ahí quieto e inmóvil, esperando a escuchar de nuevo esa voz rasposa, indicándole que hacer, o a sentir un nuevo tirón de correa que le indicase por donde ir. Y mientras esperaba le rogaba en silencio al señor, no por él, si no implorándole que su familia jamas supiera lo que había sido verdaderamente de él, y que vivieran felices, pensando que él también lo era.

''NO. NO TIRES DE LA CORREA.

Jodido bastardo. Dámela, dame esa correa maldito cabrón.....''

Estaba traspirando. Le inquietaba que la correa que el gorrión llevaba al cuello pudiera dejarle alguna marca en la piel. En esa preciosa y suave piel. La textura era cálida y fina, ideal para hacer cortes transversales, levantar la piel y comprobar si debajo seguía siendo igual de caliente, suave y fino. En el momento en que había decidido comprarlo, sólo el tenía el derecho de hacerle daño. Y aquella ''cosa'' había sacado al gorrión de la jaula tirando de una correa atada a su cuello. No pudo resistirlo, sintió el sudor caer por su frente y su mano derecha, enguantada, aprisiono el antebrazo de la cosa, apretando fuertemente la carne.

''Que asco. LO NOTO. Es rugosa, la piel esta rugosa. Tiene un excema, y hongos entre los dedos. Esta mierda ha tocado a mi gorrión. Creo que...voy a vomitar si lo sigo tocando. Tengo que apartar la mano. Jodido adefesio. Hijo de puta.''

Le arranco al vendedor la correa atada al cuello de su esclavo y le miro a los ojos con ferocidad, notando como el hombre temblaba bajo su mirada. Soltó aquel brazo rechoncho, flácido y asqueroso, y acto seguido se quito el guante de la mano, lanzandolo al suelo. Ya no servía, estaba sucio y asqueroso, no sería capaz de ponérselo de nuevo, no habiendo estado en contacto con la piel de eso. Sintió como la bilis le subía por el esófago hasta la garganta, y escupió la saliva al suelo, cerca de la bota de la cosa. Saco apresuradamente del bolsillo de su abrigo un fajo de billetes, y lo tiro contra el ser sin molestarse en mirar cuanto dinero le daba. Suponía que sería el doble de lo que quería por el gorrión, y que no se merecía ningún centavo, pero Balthazar a esas alturas ya sabía que el valor del pajarito era incalculable. Se paso el dorso de la mano por la boca, y después el mundo a su alrededor perdió cualquier interés para el. Tenía un nuevo juguete, aun envuelto, sin estrenar. Que dicha.

Sabía que el pajarito estaría desorientado y asustado; mejor. Su corazón bombearía más pulsaciones por minuto, y eso haría que tuviese la piel más caliente y los ojos brillantes. Sin decir nada, y con gestos más bien bruscos, levanto al gorrión en brazos. ''No pesa nada....''. Lo alzo apretándolo contra su pecho y miro su rostro asustado y pálido. Le brillaban los ojos.

Tu-tum. Tu-tum. Tu-Tum.....hermoso sonido. Lastima que cuando el corazón era arrancado ya no latiese más. Balthazar había conservado algunos de los corazones de sus juguetes, pero estos se habían terminado por pudrir, así que los había tenido que tirar. Este aún latía, y de que manera.

Miro a su alrededor, sólo para orientarse brevemente y se alejo del lugar donde había comprado al chico. A su espalda el vendedor hizo un gesto con la mano a un compañero, como queriendo señalar ''ey, ese tipo esta loco'' y se guardo el enorme fajo de billetes en el bolsillo de los pantalones, deseando que ese tipo no volviera a aparecer por allí. Jesús, menudos ojos.

-Vamos a casa – murmuro el vampiro junto a la oreja del ángel.

Cuando llegara a su habitación, podría comenzar a desenvolver el regalo que se había hecho. Al final ir a aquel lodazal había servido para algo. Le había puesto de buen humor.

Ahogó un grito en parte de sorpresa y miedo al ser alzado de repente, estremeciéndose de dolor ante el brusco movimiento mientras sentía como la cabeza le daba vueltas. Sentía la piel caliente y tenia los labios resecos y agrietados de la sed, le dolía todo el cuerpo y notaba humedad en parte del brazo y en el cuello. Seguramente cuando tiraron de él su frágil piel se abrió y lo que estaba notando era sangre. Suspiró con pesar, más heridas a la larga lista de las que ya tenia, y más razones para que la fiebre le subiera.

-Vamos a casa – murmuro el vampiro junto a la oreja del ángel.

A casa... esperaba que eso no se acabara convirtiendo en un sinónimo de infierno. Asintió brevemente con la cabeza para dar a entender que le había oído, sin atreverse a hablar sin permiso pero tampoco queriendo que su amo pensara que le ignoraba. Si una cosa tenia clara es que difícilmente seria castigado por desobediente y rebelde.

(TEMA CERRADO)