Miro a la señorita sorprendido. ¿Irse? ¿a donde? no importaba el lugar, bueno o malo, para él siempre sería lo mismo. Sí, odiaba la isla pero él era un esclavo, su vida era esa: ser comprado, abandonado y de nuevo vendido, no había más para los de su clase. Sonrió a la bonita mujer por educación, poniéndose de pie no sin antes haberle agradecido con una solemne reverencia el acto de caridad que realizaba comprándolo.