Reponiéndose de una pelea (priv. Saito)

Kai se internó en otro callejón, con las manos en los bolsillos rotos por la costura. Ladeó la cabeza y escupió sangre. Su boca presentaba varios cortes a los lados y en el centro, en los cuales se podía apreciar sangre seca o reciente que bajaba hasta su mentón. Su ceño estaba fruncido, evidenciando que estaba molesto porque nada más y nada menos le habían vencido en una pelea unas cuantas callejas atrás.

Se encorvaba sobre sí mismo a causa de un golpe en el pecho que le estaba resultando algo molesto al respirar, pero ninguno de las heridas que se esparcían por su cuerpo podía equipararse con la que sentía en su ego al recibir aquella humillación, según él.

Pateó un cubo de basura de metal, haciendo que un gato saltase fuera de éste todo erizado y le plantase cara. Pero cuando golpeó con fuerza el suelo, el gato reculó sacándole los dientes y huyó. Kai se rió entre dients, gruñéndole a pesar de que ya no estaba.

Vaya, los giros de la vida sí que son extraños. Un día estás en un campo, leyendo tranquilamente bajo un árbol y viendo a las vacas de tu padre pastando normalmente, y al otro, apareces en un barco en donde te azotan, estás encadenado y te hacen las peores cosas inimaginables. Por suerte Saito casi nunca mostraba su sorpresa ante ese tipo de cosas, aunque en el fondo estuviera verdaderamente aterrorizado.

Había escapado del barco apenas arribó en el puerto, fugándose y corriendo sin un destino pensado, solamente buscando un lugar en donde esconderse durante el tiempo suficiente para idear algún plan para escapar de esa isla llena de seres que jamás en su vida había visto, y que nunca habría deseado ver. Lo único que le faltaba era que lo persiguieran un montón de feos colmilludos.
Con azotes en la espalda, la camisa blanca desgarrada que traía, los bermudas también rotos y conformando una vestimenta de puros arapos, el joven de hebras bicolor caminaba cojo y adolorido por uno de los peores lugares a donde podría haber ido a parar: Los callejones. Menuda tontería había pensado, que "allí sería un lugar seguro".

Mientras caminaba afirmándose en las paredes lentamente, escuchó un fuerte ruido que parecía metal contra el suelo; un cubo de basura seguramente. Pensó que podría haber sido seguramente un gato o algo así, mas luego, al acercarse un poco más pudo oír lo que parecían ser gruñidos extraños, pero demasiado toscos como para ser un animal. ¿Acaso tenía tanta suerte de encontrarse a otro humano? Tal vez era alguien que podría ayudarlo, o a quien podría unírsele para escapar de allí más facilmente. Quien sabía, lo único que podía hacer era intentarlo.
Tras unos segundos que tardó en decidirse a avanzar, giró una esquina del callejón, encontrandose inmediatamente cara a cara con aquella persona de aspecto, para Saito, algo escalofriante. Sin embargo no mostró miedo, solo se lo quedó mirando inexpresivo esperando a que dijera o hiciese algo. ¿Qué podía perder?

Éste tardó un poco más en percatarse de que alguien lo miraba. Alzó la mirada mielada de los desperdicios que se habían desperdigado por el suelo, recorriéndolo con la mirada de manera desafiante. Por el aspecto había supuesto que sería alguno de aquellos que buscaba peleas por las callejuelas. Como él mismo. Y si así era no pensaba dejarse intimidar por un espantapajaros con cabello rojizo.

Se irguió del todo, sacando algo de pecho y pateó el cubo para que rodase hasta el extraño.

-¿Qué mierdas miras? ¿Tengo monos en la cara o qué? -espetó de mala manera, torciendo la boca.

Ante tal reacción por parte del contrario, decidió no contraatacar con palabras a su frase, que si bien le había molestado, el de hebras bicolor tenía suficiente paciencia como para no contestarle. A demás, no estaba buscando peleas, eran lo último que necesitaba.

Arqueó levemente la ceja e intentó erguirse un poco más, soltando un tenue quejido debido al dolor que le provocaba apenas moverse y hacer que las heridas rozaran con la tela sucia de la ropa. De todas maneras no quería parecer tan indefenso.
-Eh... N-No, es solo que... ¿Tú eres humano, o no? -Decidió cuestionar antes que nada, pues si respondía a las palabras del pelinegro solo podría pronunciar insultos.
Tragó con dificultad saliva y le miró un tanto preocupado. Pues así era él, siempre ponía a los otros antes que a sí mismo.
-¿Estás bien?.. Tienes algo de sangre, ¿Te has peleado?... Si... si quieres puedo ayudarte, sé algo de primeros auxilios.
Le dijo entre susurros, titubeante.

Kai ladeó la cabeza para soltar una exhalación, aún desde su posición, sin moverse un sólo centímetro. A pesar de sus heridas y el dolor no quería que pensasen que era un debilucho o que sucumbía ante tan poco. En realidad, aquella había sido una de las peleas más suaves que había tenido, así que se podía decir que tampoco había sido para tanto.

-Soy lo que ves, ¿o es que estás ciego? -le soltó, aunque luego sonrió de lado mientras con su cabeza apuntó hacia atrás. Orgulloso-. Unos callejones más atrás hay gente peleando, yo estaba entre ellos. Y el que primero necesitaría ayuda eres tú, ¿no te has visto?

Y él que deseaba ayudar como pudiera, ahora recibía ese tipo de contestación tan altanera y desagradable. De todas maneras Saito no era de irritarse facilmente, y era lo suficientemente educado como para no responderle de mala manera.
-Deberías te..tener más cuidado.
Comentó trabándose por un momento debido a que había soltado un leve suspiro, sin poder resistir más y arqueándose un poco, con un brazo rodeándose el abdomen y sintiendo algunas gotas de sangre humedecer su camiseta, lo cual resultaba realmente molesto, porque a demás de que daba picazón insoportable, ardía y escocía terriblemente. De todas maneras sonrió, sin ser burlón ni orgulloso, si no que para despreocupar al otro; pues sí, pensaba que había una pequeñísima provabilidad de que el pelinegro se preocupase por él.
-¿Ayuda? Ah, n-no.. No hace falta, ya me curaré solo, supongo..

Y efectivamente el otro muchacho estaba lejos de preocuparse de aquel chico. No de una persona que acababa de conocer y de la cual no sabía absolutamente nada. Él no perdía su tiempo con alguien en quien no confiase al cien por cien, ¿para qué? ¿Para que luego te clavasen un puñal a la mínima? No, gracias. Demasiadas experiencias desagradables hasta la fecha con la gente que menos creyó.

Los ojos mielados recorrieron la figura de Saito, pensando que no parecía un chico muy normal si no captaba un claro sarcasmo como el que había dicho. Bufó, pasándose una mano por la nuca mientras rodaba los ojos con exasperación.

-Siempre soy cuidadoso. Esto es lo mínimo que me han hecho, ni siquiera me han roto ningún hueso. Así que he tenido la suficiente suerte -le dijo, observando la figura un poco encorvaba del otro-. A ti sí que debieron darte una buena paliza...

Saito era demasiado inocente como para pensar que el pelinegro había hecho un sarcasmo -ni siquiera sabía diferenciar uno con palabras "reales"- y en realidad no se preocupaba ni un poco por él. Jamás había conocido a nadie realmente malvado, al menos no antes de entrar al barco; así que era natural para él pensar en todas las personas como confiables y buenas, ya que en asuntos desagradables en verdad le faltaba experiencia. Hasta el momento había sido afortunado de que nadie lo traicionara, aunque tampoco se relacionaba con muchas personas.

Lo escuchó hablar frunciendo levemente el ceño. ¿Cuidadoso? ¿Con lo que le habían hecho, y por no salir hecho totalmente pedazos de una pelea era cuidadoso?... Para Saito, ser cuidadoso era no acercarse ni a cien metros de una posible riña callejera.

-No.. en realidad a mi me fue muy bien en comparación con otros humanos.
Comentó por lo bajo. Sus heridas y azotes eran una tontería si se tomaba en cuenta lo que los carceleros habían hecho a los demás prisioneros.

-¿Otros humanos? -repitió, con tono cuestionante.

Kai dejó caer su peso sobre una pierna y luego sobre otra, decidiendo al final apoyarse contra la pared graffiteada del callejón. Desde allí, lo observó con pose más relajada. Si ese chico no era capaz de captar una indirecta no debía ser muy peligroso, y menos cuando estaba tan malherido. Si, por desgracia, resultase ser un buscapleitos, pues él estaba lo suficientmente capacitado (a pesar de no estar al cien por cien) para protegerse.

Palpó el bolsillo de sus pantalones negros, y sacó una caja con papel y algo que no debía ser tabaco y empezó a enrollarlo con cuidado y bastante práctica.

-¿Por qué hablas como si no te considerases uno? -le preguntó, riendo entre dientes-. ¿Viniste en uno de esos barcos de esclavos? Yo que tu no iría por ahí ni con esas pintas ni siendo tan poco cuidadoso. Podrían cogerte en cualquier momento -le habló, como si él tuviese toda la experiencia del mundo cuando no hacía mucho que él mismo había llegado y la mayor parte de las veces debía aplicarse esas mismas advertencias ya que le gustaba más armar jaleo que evitarlo.

-No es que no me considere uno.. -Comenzó a decir en voz baja, negando con la cabeza lentamente, y cerrando los ojos por un momento. Ignoró las acciones del otro, recordando fugazmente su llegada a la isla tras el viaje realmente tortuoso. -Es que.. también habían otras criaturas; algunos se curan solos y por eso no quedaban tan malheridos. Supongo que los más dañados somos los humanos..

Tras un momento abrió los ojos, con calma y sin mucho apuro. Tenía intenciones de irse de allí lo más pronto posible, pero prefería no esforzarse demasiado, ya que seguramente así se heriría más.
-Si, vine en uno de esos.. Y supongo que me están buscando, por eso andaba por aquí. -Toció un poco, sintiendo algo de sabor a sangre entre sus labios.- ¿Sabes de algún buen lugar en donde esconderse?

-No sé, yo voy por aquí y por allá -le contestó, estirando las piernas y poniendo un pie encima de otro con la vista fija en su 'creación'.

Una de las especialidades de Kei era escuchar lo que quería, por lo tanto entre tanta palabrería que había soltado el menor había seleccionado lo que le interesaba y lo que consideraba de interés. Carraspeó y lo miró de reojo, indicándole con la cabeza que se sentase. Le molestaba ver a la gente de pie cuando él estaba sentado.

¿Así que ese chiquillo se había escapado? Pues no iba a durar mucho por el lugar,... no se le veía fuerte precisamente y lo constato cuando lo barrió de arriba a abajo con una mirada fría y calculadora. Quizás podría utilizarlo de sirviente o de cebo por si alguna vez estaban a punto de cogerlo. Se veía a leguas que también era asiático, y ese horrible acento (igual al suyo) no podía ser de otra parte que de Japón.

Bueno, ¿no decían que entre compatriotas había que ayudarse? Pues ese cabeza de tomate iba a ayudarle a él, y luego ya se vería.

-Pero quizás conozca un sitio.

Se desilucionó un poco cuando le escuchó decir lo primero, bajando la mirada con una mueca de tristeza que no supo disimular. Él no sabía ser inexpresivo, pues nunca pensó que algún dia podría traerle problemas el hecho de que los demás supieran lo que sentía. A demás de que contaba todo lo que ocurría con confianza, así como había hecho con el pelinegro. Y... juntando todos esos defectos y más, Saito terminaba siendo una presa facilísima y alguien tan ingenuo como para engañar una otra vez y seguiría cometiendo el mismo error de todas maneras.

Al ver que le hacía una seña con la cabeza, y de todas formas sin poder sentarse del todo ya que luego le sería difícil levantarse, optó por apoyar la espalda en la pared y así deslizarse un poco, sin sentarse por completo pero quedando inclinado en esa posición, cuidando que la mayor parte de las heridas no se raspara con dicha superficie.

Abrió los ojos de lado a lado, con una sonrisa infantil cuando el mayor murmuraba lo último; impaciente y alegre a pesar de su estado. Saber que ese chico lo ayudaría -o pensar inocentemente que lo haría en verdad- era fantástico.
-¿En serio? ¿Me guiarías?
Le pidió con acelere.

Kei lo escuchó hablar, tapándose la boca con la mano para que no viese la sonrisa torcida y que no presagiaba nada bueno que se había instalado en su cara sin querer desaparecer con facilidad. Aprovechó para encenderse su 'obra' que sujetaba con dos dedos y ladeó la cabeza para observarlo. Al menos había guardado una prudente distancia con su persona, le incomodaba tener a una persona cerca a no ser que fuese para partirle la cara.

Le dio una calada, y exhaló el humo hacia arriba sin despegar sus ojos de los mielados idénticos a los suyos.

-Sí -contestó con simpleza, sin quitar la mano-. Pero al menos espera que me acabe el peta, ¿quieres? Hace horas que no fumo nada. Pero bah, dime, ¿llevas algo de dinero contigo o alguna pertenencia a parte de eso? -le cuestionó, señalando con el cilindro blanco la ropa que consideraba harapienta.

Y aunque no se diese cuenta, la de él estaba igual o peor. Pero prefería encontrar defectos en los demás más que en sí mismo.

Una buena pregunta era, dónde iba a llevar al de mechas rojas. Iba a tener que inventarse un lugar para que lo siguiese. Él había estado sobreviviendo en los callejones o, al principio, en el puerto, escondido entre cajas de madera, barcas y barcazas sucias y malolientes o en las bodegas de algunos de aquellos barcos mercantes enormes en los que se había alimentado de la mayoría de mercancias que llevaban.

-El sitio al que vamos hay unas perosnas que piden una cantidad de dinero. Ya sabes, cuestión de territorios y eso, para evitar problemas. Como los peajes en tu país.

Asintió con la cabeza, dispuesto a esperar si era para ir luego a algún supuesto lugar seguro, mordiendo el anzuelo del contrario con una ingenuidad y facilidad increíbles. Tal vez eso de "no juzgues un libro por su portada" ya se pasaba de mano con Saito, quien sin tomar en cuenta la facha de con quien ahora hablaba, confiaba plenamente. Después de todo ese tipo era humano, y para el de cabello bicolor era esencial eso de que entre iguales debían ayudarse, y suponía erróneamente que todos los demás humanos pensaban igual.

Le miró con la ceja arqueada al preguntarle lo primero, haciendo memoria por un momento. En eso, se llevó una mano al cuello y alzó de entre sus ropas un collar pequeño, sin muchos detalles aunque reluciente y con baño de oro, que tenía las letras "S" y "K" como dijes. No tenía ni la menor idea de porqué había una "K" en su collar, pues jamás le habían dicho el nombre de su hermano. Pero aún así, lo llevaba con honra a todas partes.

Lo que le resultaba extraño era que en el barco no se lo quitaran. Por suerte, nadie había visto que el joven llevaba aquello.
-No tengo dinero, me lo han quitado todo. -Susurró algo apenado. Temía que por falta del mismo ya no pudiera ser guiado por el otro- ...Pero tengo esto, ¿Crees que sirva?.