Lo que necesita un pez (Priv. Naive)

Había sido media hora para encontrar que lo más aceptable que tenia entre la ropa vieja de los criados eran una camisa y unos pantalones dos tallas más grandes que la del pequeño, lo que era indudablemente mejor que como le quedaba la ropa del vampiro. Tras vestirle de la mejor forma posible, teniendo que usar un cinturón para que los pantalones del pececillo no se cayeran todo el tiempo, abandonaron la mansión.

El camino había estado bastante despejado de gente hasta llegar a la zona de tiendas. Aquí, era todo un caos, gente entrando y saliendo, gritando, riendo, charlando e incluso algunos bailando. Heise bufó con desagrado ante todo ese caos, no porque le molestara realmente, si no porque sin duda todo ese ruido y movimientos pondrían nervioso a Naive.

Le habría dejado en casa y habría salido a comprar el solo si no fuera por dos inconvenientes, el primero que no se veía capaz de dejarle solo en la enorme mansión, y el segundo que no sabia su talla, por lo que no le quedaba otra que traerle con él para que se probara la ropa. Suspiró resignado vigilando atentamente al pequeño por el rabillo del ojo, pendiente para que no se perdiera.

Naive se sentía muy frustrado al no poder comunicarse con Heise por medio de palabras. Los gestos no ayudaban gran cosa si no podía apoyarlos con el lenguaje hablado, aunque este fuera poco y muy básico. El tiempo que tardo Heise en buscar ropa y después vestirle con ella, Naive lo dedico a mirar cautelosamente a su alrededor. De pequeño había sido un gran y entusiasta explorador, y la ansiedad propia por conocer un nuevo e inexplorado territorio lo estaba volviendo un curioso temerario; quería tocarlo todo, y saberlo todo, pero el miedo a resultar dañado por alguno de aquellos objetos extraños, y hasta cierto punto atemorizantes, le obligaba a permanecer, tranquilo y quietecito, con las manos y los brazos pegados a los costados. Además temía tocar lo que no debía o romper u dañar algo, y hacer enfadar a Heise. Se dejo vestir con docilidad aunque como aquella ropa era más grande de lo que su pequeño cuerpecito necesitaba, se sentía incomodo llevándola puesta.

Salir del refugio de Heise, había llegado a la conclusión de que eso tenía que ser aquella extraña y enorme gruta ( no sabía hasta aquel momento que los vampiros vivían en grutas ) no entraba dentro de sus planes. Nada más aspirar la primera bocanada de aire fuera de la gruta, se sintió mareado por la ingente cantidad de olores nuevos que había en el aire. Su primera reacción al salir fue la de huir corriendo; demasiadas cosas grandes y desconocidas, demasiada gente de fuera del agua caminando de un lado hacia otro. Dio un paso hacia atrás aterrorizado ante el vasto exterior, y tropezó con el cuerpo de Heise, aferrándose con fuerza a su ropa, con los puños cerrados en torno a la tela de su camisa, con la cabeza gacha, incapaz de expresarle el terrible miedo que tenía por salir al exterior, y separarse en un descuido del vampiro.

Ya sabía separado sin querer de su colonia y había venido a parar allí, y Heise le había salvado. Si volvía a perderse nadie sabía que podría llegar a sucederle. Se mordió con fuerza el labio inferior y alzó la carita angustiada hacia el vampiro; su única tabla de salvación.

Suspiró, apretando las mandíbulas al lanzar una amenazante mirada a su alrededor antes de alzar al pequeño en brazos. No iba a permitir ni la más pequeña burla respecto a aquella situación, y eso lo dejo bien claro con aquella mirada, que incluso despejó un poco la zona de gente.

Cuando se aseguró de que estuviera cómodo, se dirigió para empezar a una tienda de ropa, pensando en conseguir primero aquello y así de paso, poder cambiarle la ropa que llevaba por algo más cómodo y de su talla. Al entrar en la tienda dejó a Naive en el suelo sin soltarle la mano. A parte del dependiente solo estaban ellos dos, así que esperaba que el pequeño permaneciera tranquilo.

-Quiero ropa para él – murmuró la seca orden indicando al dependiente con un movimiento de cabeza al pececillo, mirando como este empezaba a elegir prendas después de evaluar al pequeño con la mirada y ver que Heise no tenia mucha idea de que coger para el pececillo.

Una vez instalado en brazos de Heise, Naive se tranquilizó y le embargó un sentimiento de seguridad que no recordaba haber sentido nunca antes. Frunció el entrecejo levemente, mirando cohibido a Heise. Desde la comodidad de sus fuertes brazos, el mundo le parecía menos hostil, raro y peligroso. Pero seguía siendo muy grande para alguien tan pequeño que había visto tan poco. Toda la gente que veía pasar le parecía enorme, y los olores que expelían eran a veces dulces, a veces fuertes, otras veces amargos, algunos olían verdaderamente mal, e incluso había algunos que no olían a nada. Esos eran los más raros, porque pululaban alrededor de los demás y la gente no reparaba en ellos. Naive abrió los ojos muy asombrado cuando uno de esos seres atravesó a una mujer sin que esta se diese cuenta de ello. El mundo de fuera del agua estaba plagado de seres muy pero que muy extraños.

La gente hablaba, reía, chillaba, gritaba y discutía en voz exageradamente alta. Parecía como si todo aquel que vivía fuera del agua necesitara hacerlo todo a lo grande, desde la construcción de aquellas extrañas cuevas de forma cuadrada, hasta aquellas extrañas cosas de las que salía luz. Naive estaba embobado con las luces de diferentes colores, tanto que estiraba la mano continuamente, intentando atraparlas sin conseguirlo.

De las cuevas cuadradas entraba y salía mucha gente. A veces salían con cosas colgando de sus manos, otras veces salían sin nada, pero la gran mayoría parecía estar pasándolo bien. Eso relajo aún más a Naive. También ellos entraron en una de esas cuevas donde había un chico con un color de pelo muy raro y la cara llena de lo que a Naive le parecieron anzuelos de pesca. Tenía uno en la ceja, otro en la nariz, y uno más en los labios. Cuando se aparto el pelo de las orejas, Naive descubrió horrorizado que tenía un montón más de aquellas cosas allí colgando. Pobre....¿porque no se las quitaba? ¿es que no le dolía? Naive se llevó una mano a sus labios, y después miro a Heise, intentando llamar su atención. El no sabía como preguntarle sobre los anzuelos en la cara, y no estaba seguro de que Heise supiese como responderle debido al problema con el idioma. Deseaba más que nunca poder hablar la lengua del vampiro para preguntarle tantas dudas que tenía en su cabecita.

Heise le deposito en el suelo, y lo primero que hizo fue pegarse con fuerza al cuerpo del vampiro, y observar tímidamente la cueva y al chico de los anzuelos, que debía de vivir en ella. Heise pronunció algo en su lengua, y el muchacho se les acerco un poco, mirando inquisitivamente a Naive, después se giro bruscamente y a continuación comenzó a escoger eso llamado ropa. De vez en cuando echaba miradas evaluadoras al pez, frunciendo el ceño y la boca, desechando tal o cual prenda en favor de otra, por ultimo dejo la ropa sobre algo de madera que Naive había visto antes en la cueva de Heise, y que al parecer servía únicamente para sostener cosas.

- La he escogido a ojo, pero sera mejor que se la pruebe para comprobar que la talla es la correcta.

Obviamente Naive no entendió nada de aquellas palabras, y como siempre, eso le frustro. Miro primero a Heise, después al chico de los anzuelos, y otra vez a Heise. Mientras se colgaba con sus manos del brazo del vampiro, y dejaba reposar una de sus manitas dentro de la enorme mano de este.

Heise miró la ropa que había elegido el dependiente mientras apretaba aquella pequeña manita entre la suya. Seis camisas de colores claros y cuatro pantalones, tres de tela y uno vaquero. No entendía mucho de moda, pero le parecía que las prendas le quedarían bien a Naive, así que dio un breve asentimiento al dependiente y recogiendo la ropa se llevó al pequeño a los probadores.

-Tengo que ayudarle, el no sabe – murmuró la breve explicación al dependiente con el ceño fruncido, acto reflejo para ocultar su incomodidad – ¿es un problema? - preguntó serio pero con tono tranquilo. No quería asustar al chico después de ayudarle tanto.

-No, si es solo para ayudarle no hay ninguno.

-Gracias... - masculló antes de meterse con el pececillo a uno de los probadores.

Era un lugar un poco angosto, y no le dejaba otra opción que inclinarse para poder ayudar a Naive, pero al hacerlo el pelo se movía hacia adelante y le tapaba la cara, entorpeciendo su visión. Resoplando molesto se irguió, sacó un cordel de uno de los bolsillos de su pantalón y se hizo una coleta, eliminando de esa forma el problema y dejando a la vista el pendiente que llevaba en la oreja izquierda.